Hablar de la posibilidad de establecer la enseñanza obligatoria hasta los 18 años pudiera parecer en principio una medida buena y hasta progresista. Puede parecerlo sobre todo, si se presupone que esa medida podría influir directamente en una posible mejora de terrible estado en que se encuentra la enseñanza en nuestro país, del índice de fracaso escolar y de las estadísticas de abandonos prematuros del sistema educativo. Pero, sin duda alguna, eso es mucho suponer. Dadas las circunstancias concretas, el momento preciso en el que se deja caer la idea, parece más bien una estrategia para desviar la atención de problemas mucho más urgentes (en Andalucía, por ejemplo, tenemos pendiente el nuevo Reglamento de Organización y Funcionamiento de los Centros) y sobre todo parece algo encaminado a solventar problemas sociales (sacar a los chavales de la calle), económicos y laborales (hacer descender de un plumazo el número de parados), más que intentar resolver los graves problemas que tiene la educación en nuestro país.
En cualquier caso, ¿es que se piensa que, como pasó con la extensión de la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, por el mero hecho de que sea obligatorio los chavales van a estudiar? Habría que recordar aquí algunas de las implicaciones inmediatas que supuso la obligatoriedad hasta los 16 años: como la bajada de nivel en todos los cursos en virtud de una mal entendida atención a la diversidad, justificar la heterogeneidad brutal de alumnos en las aulas hasta hacerse prácticamente imposible dar clase para el grupo (esta vez por la idea de enseñanza individualizada y personalizada), la promoción automática por edad y no por nivel de conocimientos, la primacía de los valores y los componentes actitudinales sobre los conocimientos y contenidos puros y duros, la degradación de la función docente que convirtió a los profesores en guardianes de recreo, poco menos que asistentes sociales, monitores de guarderías para adolescentes y en terapeutas y psicólogos de turno, etc. ¿Es que acaso se ignora todavía que la llamada enseñanza obligatoria no es digna de tal nombre? ¿Cómo puede serlo cuando no se hace obligatorio aprobar todas las asignaturas para promocionar de curso? Recordemos que en la actualidad hay alumnos que no aparecen por clase desde las vacaciones de Navidad y promocionan, o alumnos que no aprueban ni una sola asignatura y pasan de curso igualmente. No es obligatorio aprobar como no lo es estudiar, ni hacer los deberes, ni asistir a clase. ¿Es ese modelo de enseñanza “obligatoria” el que se quiere extender hasta los 18 años? Además no deberíamos olvidar quién o quiénes serían los primeros beneficiados con esa medida: los centros privados, que pasarían a ser concertados automáticamente en virtud de la obligatoriedad de la enseñanza. Por cierto, ¿también se iba a mantener las becas-salarios de los 600 euros al mes para todos los que siguieran estudiando hasta los 18 años como ahora está establecido en Andalucía?
Según declaraciones del ministro de educación se hace necesario un sistema educativo “más flexible” que pueda dar “más alternativas a los alumnos, que les impidan abandonar los estudios”, así como intentar evitar que “todos hagan lo mismo”. Perfecto, pero para eso no hace falta extender la educación obligatoria hasta los 18 años de edad, o al menos no antes de intentar mejorar lo que ya tenemos. ¿No parece más razonable intentar arreglar primero el desastre en el que se haya sumido el actual sistema educativo antes que ampliar el campo de actuación, lo que supondrá sin duda un aumento de los problemas?
Según nuestra constitución es precisamente a los 18 años cuando se alcanza la mayoría de edad legalmente. Con la actual carencia de cobertura y defensa que encontramos los profesores en la LOE, que permite por ejemplo que una falta de respeto al profesor se considere un “conflicto” con un protocolo de actuación igual que para una discusión entre chavales (tu palabra contra la mía, diálogo, consenso, contraste de testigos, etc.), ¿se imaginan en qué se puede convertir la casuística de violencia escolar si en vez de chavalitos tenemos que soportar los rebotes contra el carácter obligatorio de la enseñanza de los mayores de edad? ¿Si ahora aparecen “casos aislados” de violencia por todas partes y a todas horas en todo tipo de centros de enseñanza, ¿qué no pasará cuando se trate de alumnos de 18 años y la cobertura y respaldo de los profesores sea igual o parecido a lo que padecemos en la actualidad?
En nuestra opinión, para la extensión de la enseñanza obligatoria hasta los 18 años, se hace imprescindible establecer primero unas condiciones que son innegociables. En primer lugar dejar muy claro que el hecho de que sea obligatorio estar matriculado en un centro educativo hasta los 18 años en ningún caso y bajo ninguna circunstancia debe implicar que todos los alumnos hayan de estar haciendo lo mismo en el mismo tipo de centro y estudiando lo mismo. Como consecuencia, en segundo lugar, se habrán de crear distintos tipos de centros, como mínimo: los de preparación para una incorporación inmediata al mercado laboral, y los de preparación para proseguir los estudios superiores (bien sea a Ciclos Formativos o a una carrera universitaria). En tercer lugar, se tendrán que establecer Exámenes de Estado, o llámese como se quiera, al final de cada período escolar (primaria y distintos ciclos de secundaria) que ofrezcan garantía de que los alumnos no podrán cursar el nivel inmediato superior sin alcanzar el nivel mínimo establecido y habilitar los cauces necesarios para el trasvase de unos a otros “caminos educativos” (no decimos “itinerarios” a ver si le va a dar un calambre a alguien).
Estas entre otras.
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